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Las bicicletas eléctricas

Bicicleta eléctrica
«Las bicicletas eléctricas superarán a las normales en las ciudades»

«El problema de las ciudades es el coche, y la solución, la bicicleta», asegura Pedro Bravo. Este experto en bicicleta urbana, autor del libro ‘Biciosos’ y del blog ‘Desde mi bici’, destaca que el crecimiento de la bicicleta es imparable, porque las personas queremos vivir en poblaciones más saludables y habitables. Avances como el de la bicicleta eléctrica, que podría utilizarse más que la normal cuando sea más económica, son importantes, considera Bravo, pero lo fundamental, apunta, es tener un plan previo y dotar a la ciudad de unas infraestructuras que permitan su generalización.

¿Por qué es importante impulsar el uso de la bicicleta en las ciudades?
Todas las ciudades del mundo con dos dedos de frente coinciden en que la bicicleta es una solución moderna, aunque sea un invento antiguo, para diversos problemas urbanos, como la movilidad, la salud, el medio ambiente, la economía, etc.

¿La bicicleta se ha puesto de moda?
No, lo que está de moda ahora es ponérselo difícil a los coches. Así está ocurriendo en las ciudades que avanzan realmente en movilidad sostenible.

¿Debería ser un objetivo prioritario para las urbes que haya más bicicletas?
«La bicicleta no está de moda, sino ponérselo difícil a los coches»
El objetivo no es que haya muchas bicis, sino que sean más habitables y saludables. El problema no solo es el coche en sí, sino también que se han construido las ciudades en dispersión, con la vida alejada de nuestros centros de trabajo que nos requieren movimientos extraños y de largos kilómetros.

¿Las ciudades hoy en día están preparadas para la bicicleta?
La teoría y la práctica dicen que todas están preparadas. Sin embargo, la percepción ciudadana es que la bici es peligrosa, pero la realidad dice que no. Todos los expertos señalan que para que haya un boom de la bicicleta en una ciudad primero tiene que haber una infraestructura. Sobre todo es fundamental la conexión de las áreas metropolitanas con el centro. Y en urbes como Madrid, diseñada desde hace muchos años para el coche, necesitamos zonas 30 en barrios enteros para limitar la velocidad a 30 km/h, porque está demostrado que se circula de forma más segura y las calzadas pueden ser compartidas por vehículos, ciclistas e incluso peatones. El objetivo es quitar espacio al coche, porque es el problema de las ciudades, y la solución, la bicicleta.

¿Cuál debería ser el primer paso para los responsables institucionales de una ciudad que quieran conseguir ese objetivo?
Todos debemos tener claro, tanto los gobernantes como los que les votamos, qué modelo de ciudad queremos. Si queremos que sean para las personas, hay que apostar por movilidad peatonal, transporte público, espacios públicos, parques y jardines, etc. Creo que la mayoría lo queremos.

¿Y a partir de ahí?
Conjugar las diversas ideas, y no dejarse fascinar solo por los últimos avances, o hacer carriles bici sin más porque está de moda o lo hacen los demás. Esto ha pasado mucho en España. No funciona, si no se tiene claro qué ciudad se quiere y no se hace un plan previo. Si pones patas pero no tienes claro que quieres una mesa, solo tendrás patas.

¿Cuál es el secreto de las ciudades más avanzadas en el uso de la bicicleta?
«No se trata de hacer carriles bici, sino de apostar por una ciudad para las personas»
Que llevan muchos años trabajando sin parar. Los holandeses y daneses no han nacido con más capacidad para ir en bici que los españoles, sino que en los años 70 del siglo pasado empezaron una revolución muy relacionada con movimientos ciudadanos de recuperación del espacio público, fin a los accidentes y la crisis del petróleo, que transformó su ciudad, y lo siguen haciendo con diversas innovaciones. En Copenhague tienen un paso elevado para bicis en el puerto y semáforos que ayudan a las bicicletas a ir más rápido. En Holanda hay carriles bici con paneles solares para captar energía. Y también cambia la perspectiva de cómo se hacen las cosas. En Bogotá en los años 90 hicieron también una revolución ciclista, fue una de las primeras de América Latina. Hoy tienen 300 kilómetros de carril bici; empezaron haciéndolos por la acera, y ahora los están sacando a la calzada.

¿En qué puede ayudar la bicicleta eléctrica?
La bici eléctrica, que ya existe desde hace muchos años, irá a más de forma inevitable, sobre todo en ciudades con una orografía complicada o para recorrer distancias en áreas metropolitanas de 15-20 kilómetros. También da más seguridad para circular con el resto del tráfico, como se está viendo en Madrid. Además, tiene un glamur tecnológico que no tiene la bicicleta clásica. Los datos de ventas destacan su aumento en Europa, en China, etc., y es posible que haya un momento en las ciudades en que haya más bicis eléctricas que normales.

¿De qué dependerá ese éxito?
«Renfe está atrasada con respecto al uso de la bicicleta»
Cuando abaraten su precio, habrá muchas más, algo que ya está pasando. Antes costaban de media 2.000 euros y ahora puedes encontrar bastante buenas por 800 euros. Y hay cada vez más empresas trabajando en ellas y sacando innovaciones interesantes, mejorando la autonomía de las baterías para llegar más lejos, reduciendo peso y tamaño, etc. Hace poco oí la iniciativa de unos holandeses que venden una bici, tanto eléctrica como no, con un sistema antirrobo con geolocalizador del que están tan seguros que, en caso de que finalmente te la roben, afirman que te reponen otra. Además, las ciudades estarán cada vez más preparadas para su uso. Tendrá más éxito cuando se pueda combinar con otros medios de transporte como metro o tren y la conexión con carriles bici entre los extrarradios de la ciudad y el centro, como ya se hace en Holanda, Alemania o Dinamarca. La infraestructura va ligada al cambio de empleo de la bici.
También se ven cada vez más bicicletas plegables en las ciudades.
Las bicicletas plegables, que tampoco son nuevas, tienen mucho sentido ahora para la intermodalidad. En el aeropuerto de Bogotá te puedes bajar con tu bici plegable y acercarte con ella por el carril bici que hay hasta el centro de la ciudad. En este punto habría que hablar del atraso de Renfe con las bicis. En Cercanías se puede ir con cualquier bici; en Media Distancia hay un vagón para dejarlas, más pensado para cicloturistas; y en Larga Distancia las bicis normales no pueden ir, y las plegables como equipaje.

¿Qué ciudades destacaría como más innovadoras para el impulso de la bicicleta?
Por supuesto, las ciudades holandesas y danesas. En Helsinki hay una propuesta para que en 2020 todo el transporte público y privado sea compartido con aplicaciones para sustituir la propiedad por el pago por uso. París está haciendo una intervención en el río, recuperando el Sena y quitando los coches. Londres está apostando mucho por la bici.

¿Y en España?
Parece que solo se hacen cosas en Copenhague, pero en España también hay buenos ejemplos. Sevilla hizo un cambio muy grande en poco tiempo. Pontevedra es un caso mundial de cómo transformar una ciudad, con zonas 30, prioridad para el peatón, etc. El alcalde que tomó la decisión (Miguel Anxo Fernández) no solo no perdió las siguientes elecciones, sino que no deja de ganarlas. También están las áreas de prioridad residencial de Madrid, un invento de la época de Alberto Ruiz-Gallardón, barrios a los que solo pueden entrar residentes y servicios públicos. En Barcelona hay algo parecido con la idea de la «super manzana», que se le quiere dar ahora impulso. Todo se resume en devolver las ciudades a las personas.

También se habla mucho de la aplicación de nuevas tecnologías como las «smart cities». ¿En qué pueden ayudar?
La tecnología de datos o de geolocalización es delicada por cuestiones de privacidad y seguridad del ciudadano, pero usada bien puede ayudar a hacer más sostenible el tráfico.

Etiquetas: bicicleta, coches, contaminación

Fuente: Eroski Consumer

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Las especies invasoras

Cotorra Argentina
¿Cuánto nos cuestan las especies invasoras? Las especies invasoras han costado en Europa en los últimos 20 años 12 billones de euros.

Las especies invasoras pueden reducir la biodiversidad, propagar enfermedades, causar daños económicos millonarios y molestar a los ciudadanos, como lo muestran varios estudios tanto a nivel mundial como en España. Un grupo de investigadores internacionales ha creado un sistema para valorar cuánto perjudican en la vida cotidiana, de manera que se puedan priorizar con rapidez las acciones necesarias para hacerlas frente. Este artículo señala cuánto nos cuestan las especies invasoras y en qué consiste el nuevo método que las evalúa.

Cuánto nos cuestan las especies invasoras
Las especies invasoras son una amenaza importante para la biodiversidad y los ecosistemas naturales, puesto que pueden competir con las especies nativas y alterar los hábitats. Su impacto no se reduce al medio ambiente sino que también tiene fuertes repercusiones sobre la economía, la sociedad y la salud pública. Los ejemplos que pueden ponerse son muy diversos: el mosquito tigre (Aedes albopictus), originario del sudeste asiático, puede picar de día y de noche, está expandiendo enfermedades, como el dengue y la fiebre amarilla, en áreas donde no son endémicas y pone en riesgo las actividades al aire libre; el caracol manzana (Pomacea spp), de origen sudamericano, constituye un problema serio para la producción de los arrozales del Ebro; el jacinto de agua (Eichhornia Crassipes) obstruye canales y dificulta la navegación en el río Guadiana; la cotorra argentina (Myiopsitta monachus) molesta por el ruido que hace y compite con otros animales nativos; etc.

En Estados Unidos las pérdidas directas por especies invasoras junto a los costes de su control alcanzan los 137 billones de dólares anuales.
«Es costoso tanto el daño que puedan ocasionar como el manejo que hay que hacer», asegura Montserrat Vilà, profesora investigadora de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) en Sevilla. Esta experta en invasiones biológicas ofrece algunos datos sobre cuánto suponen: la retirada de más de 200.000 toneladas de jacinto del agua a lo largo de 75 kilómetros del Guadiana asciende a más de 14 millones de euros y los importes de reparación debidos a la invasión del mejillón cebra y las medidas de control en el Ebro a más de cinco millones. Se estima que en Europa han supuesto 12 billones de euros en los últimos 20 años. «Además hay muchos costes difíciles de valorar monetariamente, como por ejemplo el efecto en la pérdida de biodiversidad», apunta la investigadora.
Y no son las únicas cifras que pueden obtenerse. En Estados Unidos se estima que las pérdidas directas ocasionadas por especies invasoras junto a los costes de su control alcanzan los 137 billones de dólares anuales, según citaba un estudio publicado en la revista Ecosistemas por la propia Vilà junto a Jara Andreu, investigadora de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). En este trabajo, publicado en 2007, las científicas señalaban que en España se gestionan 109 especies vegetales exóticas en 14 comunidades autónomas, muchas de ellas en espacios protegidos, con un importe total de 50.487.637 euros, destinado en su mayoría a su reducción poblacional mediante métodos mecánicos.

Especies invasoras: cuánto dañan en la vida cotidiana
La cuantificación del gasto que producen las especies invasoras es complejo y, por tanto, dificulta las medidas para combatirlas. Por ello, un grupo de ecólogos de 24 instituciones, liderado por Sven Bacher, de la Universidad de Friburgo (Suiza), ha creado SEICAT, un sistema de análisis de riesgo que clasifica a las plantas y animales invasores en función del daño que puedan ocasionar y así poder manejarlas para mitigar sus impactos de manera más rápida. Basado en un método del Premio Nobel de Economía Amartya Sen, cuantifica mediante indicadores del estado del bienestar el efecto de las especies invasoras en aspectos importantes de la vida cotidiana y en la calidad de vida de las personas.
Vilà, una de las participantes en SEICAT, asegura que «es imposible manejar a todas las especies invasoras por igual. Este método nos permite priorizar y tomar decisiones». La investigadora explica que «se puede hacer para una región determinada o para una nación, permite comparar regiones y especies concretas. Una especie invasora será ‘peor’ que otra si, por ejemplo, su presencia reduce no solo la producción agrícola sino que deja de cultivarse; una especie invasora A con pinchos y espinas puede afectar poco a habitantes urbanos, pero generar mucho impacto en una población cuya subsistencia principal sea la ganadería y el ganado».

Para probar su utilidad, sus impulsores clasificaron los impactos de anfibios exóticos invasores a nivel global. El análisis demostró una amplia variedad de impactos sobre el bienestar humano, siendo el sapo de caña (Rhinella marina) el que produjo el máximo nivel. Paradójicamente, este sapo se introdujo para el control de plagas en muchas regiones, pero se ha convertido en una plaga en muchas de ellas, ya que los depredadores nativos, que podrían controlar su población, se mueren al comerlo por la toxicidad de su piel. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) lo ha incluido en la lista de las 100 especies exóticas invasoras más dañinas del mundo.

Siga el canal de Medio Ambiente en Twitter @E_CONSUMERma y a su autor @ecienciacom.

Etiquetas: biodiversidad, especies invasoras

Fuente: Eroski Consumer

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El agua del grifo

Tratamiento de agua
Han revisado lo que contiene el agua del grifo, y no te va a gusta.
Las pruebas de un estudio muestran que miles de millones de personas en todo el mundo la toman contaminada debido a su alto contenido en partículas plásticas. No es tan sana como pensamos.

No hay ser sobre la tierra que no conozca los beneficios de beber agua. Que si hidrata, que si es buena para la vejiga y estupenda para la piel, que si adelgaza… Un sinfín de teorías a las que se suma la regla de los «dos litros diarios».¿Eres de los que pasa del agua embotellada? Quizá a partir de ahora te lo pienses mejor y dejes de beber la del grifo, o no. No creas que solo pasa en las ciudades más grandes, si piensas que cuando vas al pueblo el agua es más natural, estás equivocado: todas están contaminadas con fibras de plástico microscópicas.
Así lo asegura un estudio realizado por Orb Media, una organización periodística internacional sin ánimo de lucro situada en Washington, y que ha contado con la colaboración de investigadores de la Universidad Estatal de Nueva York y la Universidad de Minnesota. En concreto, de las 159 muestras de agua potable recogidas en cinco continentes, el 83% contenía microplásticos.
EEUU tiene la tasa más alta de contaminación, con un 94% de fibras encontradas en el agua del grifo y muestras tomadas en sitios como el Congreso, la sede de la Agencia de Protección Ambiental o la Torre Trump. Líbano e India completan el podio de los países con los índice más altos. Sin embargo, y aunque la tasa sigue siendo muy alta (72%), Europa tiene las naciones con los niveles más bajos, 1.9% por cada 500 ml frente al 4,8% de Estados Unidos.

Tu salud, en juego
Aunque aún se deben realizar más estudios sobre el tema, los científicos sospechan que las fibras plásticas detectadas en el agua del grifo podrían transferir sustancias tóxicas al cuerpo cuando son consumidas por los seres humanos. Los nuevos análisis indican el alcance omnipresente de la contaminación microplástica en el medio ambiente global. Los trabajos previos se han centrado principalmente en la de los océanos, lo que ha sugerido que la gente está comiendo este tipo de partículas a través de mariscos y pescado contaminado.

El mundo produce 300 millones de toneladas de plástico al año y más del 40% se usa una sola vez

«Tenemos suficientes datos para mirar cómo está influyendo en la vida silvestre», explica la doctora Sherri Mason, experta en el tema de la Universidad Estatal de Nueva York y supervisora de los análisis a ‘The Guardian’. Los investigadores creen que podrían transferir toxinas a nuestro organismo, porque podrían actuar como “vehículos” de peligrosas sustancias químicas desde el agua potable al cuerpo humano. Y si las partículas de plástico están en el agua del grifo, también pueden estar en muchos de los alimentos que comemos a diario, como el pan, la pasta o la sopa.
Otro estudio realizado en Irlanda el pasado junio descubrió el mismo tipo de fibras en pozos (en este caso arrastradas del aire por la lluvia) y agua del grifo. «No sabemos cual es el impacto que tiene para la salud, por eso debemos tomar precauciones y esforzarnos en ello de inmediato para que podamos averiguar los riesgos reales», asegura Anne Marie Mahon, doctora y directora de la investigación en el Galway-Instituto Mayo de Tecnología.

Mahon explica que hay que preocuparse por dos motivos: las nanopartículas y los productos químicos y patógenos que los microplásticos pueden albergar. «Si las fibras están ahí, es posible que las nanofibras también lo estén y no lo podamos ni medir. Si esto fuera así podrían penetrar en las células y en los órganos, algo realmente preocupante». Hay que pensar que la investigación ha analizado las partículas a 2,5 micrones de tamaño, una medida 2.500 veces más grande que un nanómetro.

Las fibras plásticas detectadas en el agua del grifo podrían transferir sustancias tóxicas al cuerpo cuando son consumidas por los seres humanos

El profesor Richard Thompson, de la Universidad de Plymouth en Reino Unido, dijo a Orb Media que «se hizo evidente hace tiempo que el plástico libera productos químicos y que en realidad, las condiciones del intestino facilitarían una liberación bastante rápida de los mismos», así lo han demostrados estudios sobre animales salvajes.
La magnitud de este problema global está empezando a quedar clara. Otro estudio realizado en Alemania descubrió fibras y fragmentos en 24 marcas de cerveza, en miel y en el azúcar. En París, estimaron que entre 3 y 10 toneladas de fibras sintéticas caen sobre la superficie de la ciudad cada año. Una investigación, dirigida por Fran Kelly, profesor de Salud Ambiental del King´s College de Londres aseguró que «si los inhalamos, podrían suministrar sustancias químicas a las partes inferiores de los pulmones e incluso la circulación», asegura.
La forma en la que los microplásticos llegan al agua potable es casi un misterio, pero los que alcanzan la atmósfera están claras: el desgaste cotidiano de la ropa, las alfombras y las secadoras al ventilarse al aire libre en el 80% de los hogares estadounidenses. «Realmente pensamos que los lagos y otras zonas acuáticas pueden contaminarse por los niveles tan altos de fibras que tiene la atmósfera», explica Johnny Gasperi, de la Universidad Paris-Est Créteil, quien hizo los estudios de París.

El problema real

El mundo produce 300 millones de toneladas de plástico cada año. Más del 40% se usa una sola vez (a veces por menos de un minuto), y se desecha. Pero el plástico persiste en el medio ambiente durante siglos. Con solo el 20% reciclado o incinerado, gran parte de él termina en el aire, la tierra y el mar. Un informe realizado en julio encontró que desde la década de 1950 se han producido unos 8.300 millones de toneladas de plástico, con los investigadores advirtiendo de que estos residuos se han convertido en el cáncer en el medio ambiente y quizá del ser humano.

El 83% de las 159 muestras de agua potable recogidas en cinco continentes contenía microplásticos

Expertos de la Universidad de Plymouth han descubierto una de las fuentes de donde salen estas fibras: las prendas sintéticas que se limpian en la lavadora emiten hasta 700.000 fibras microscópicas de plástico por lavado. En Estados Unidos, las plantas depuradoras de aguas residuales capturan más de la mitad de ellas, pero el resto se vierte a los canales públicos de agua y, de ahí, se cree que pasa al agua potable que se suministra luego a los hogares.
Los sistemas actuales de tratamiento de agua no filtran todo lo que deberían. «No hay ninguna empresa que pueda decir que se atrapen al 100%», critica Mahon. Y el agua en botella no se libra tampoco. No puede proporcionar una alternativa libre de microplásticos, ya que en el mismo estudio se encontraron también en la embotellada.

¿Hay solución?

Por suerte sí. Kartik Chandran, ingeniero medioambiental de la Universidad de Columbia, explica que «aunque el coste sería más elevado, ralentizar el proceso de tratamiento permitiría a las instalaciones capturar más fibras de plástico». En cuando al largo plazo, se deberían producir materiales más seguros para la salud que los actuales: bioplásticos, polímeros hechos de maíz o raíz de tapioca.
«Estamos asfixiando en plástico cada vez más a los ecosistemas y estoy muy preocupado de que pueda haber todo tipo de consecuencias no deseadas y adversas que solo averiguaremos cuando sea demasiado tarde», comenta el profesor Roland Geyer, de la Universidad de California y Santa Barbara. Mahon asegura que «necesitan seguir haciendo más estudios y encontrar más fuentes de contaminación para evaluar los posibles daños en la salud. Los plásticos son muy útiles pero debemos gestionar mejor sus residuos».

Fuente: EL Confidencial